domingo, 16 de mayo de 2010

terapia intensiva


Día 36.-
Como los poetas no suelen recibir de sus lectores más que vagos e inmensos elogios, o inmensos y atronadores silencios, que es lo mismo, y como esto se presta para el nacisismo, a pesar de que sueñan con la comunión, y hasta con la poesía como obra de todos, nos hacen falta laboratorios de lectura: saber qué está pasando con el lector cuando recorre las palabras de un poema.
Muchas cosas publicables deberían ser leídas antes por otros, a sabiendas de que no queremos su elogio, ni siquiera su juicio, sino la descripción de sus reacciones en el curso de la lectura. Esto requiere un clima de confianza muy particular, inteligencia y lucidez del lector piloto, talento descriptivo. Es ya lectura de laboratorio, pero demasiado humana. Pudiera superarse con encefalogramas, cardiogramas, nivel de ciertas sustancias en la sangre, que muestren el efecto de un poema.
Lo cual empieza a parecer más monstruoso que el narcisismo y a replantear ciertos problemas sádicos, como la última inaccesibilidad del otro. En este caso, más valdría volver a los métodos primitivos y poco científicos del maestro Sade: conseguirse una muchacha y, por palpación directa, observa el efecto que le haga el poema. Pero, como se sabe después de Heinsenberg, el método tiene la limitación de que no permite determinar cuáles efectos palpables se deben al poema y cuales a la palpación.
Gabriel Zaid.

miércoles, 5 de mayo de 2010

terapia intensiva


Día 35.-
Hay que distinguir la experiencia de explorar otra lengua de la experiencia de explorar el espacio interlingual: la experiencia del salto de una lengua a otra, la extrañeza y tambien la sensualidad de esa frontera cuya imagen puede ser la caricia.
Según parece el cerebro registra en lugares distintos las lenguas que maneja. Y es de suponerse que tenga un switch interlingual, una zona metalinguística tal vez relacionada con el placer o la disonancia de pasar de una lengua a otra. Julio Gamboa decía que hablar en italiano es tan sensual que no le permitiría esa experiencia a una hija suya antes del matriomonio. Pero es dudoso que esta sensualidad sea inherente a ciertos idiomas. Más bien parece una propiedad del espacio interlingual entre dos idiomas vecinos.
Quizá por eso es tan difícil el experimento chicano: no hay mucha vecindad entre el inglés y el español. En cambio, hay tanta cercanía del español al portugués que, más que un salto, hay un deliz placentero.
Gabriel Zaid.